En mi prepa hay un nopal, milenaria planta de estas
tierras. Domina el panorama desde la entrada. Sus frescos frutos calman “la sed
del sediento” y “el hambre del hambriento”.
Como él, uno bebe y se alimenta de la boca
de los profesores en las aulas, de los sabios libros en la biblioteca, en las
charlas con los compañeros y hasta en el bullicio de los pasillos. Al poco tiempo, también somos frutos que calman la sed y el
hambre de sabiduría.
Simbólicamente y con melancolía, al terminar
nuestro camino por aquí, dejamos algo de nosotros en ese nopal.
Claro que nunca seremos tunas, y nunca
cabríamos todos en un solo nopal, pero la cactácea se llena cada fin de año de
colores diferentes, cada chicle adherido a él por jóvenes manos es una persona,
cada persona un universo, y todos nutridos con la certeza de saber que, cual
retoños de planta, absorbemos las enseñanzas con la esperanza de, algún día,
dar frutos que representen la creación del conocimiento.
José Luis Rendón