Empeñé mi tristeza
para regalarte unos besos.
Bien sabes que prefiero
un cielo viudo de estrellas,
a mi
boca huérfana de tu boca.
Hipotequé sin miramientos
la morada del desamparo,
para poder darme el lujo
de adquirir unas sonrisas
de segunda mano,
para conseguir
una dosis de consuelo
y de locura desgastada.
Me quedé sin piel,
sin brillo en los ojos,
con la garganta agrietada
y la lengua oxidada.
Vendí todo
por una onza de esperanza pura.
Federico
Miranda