Todo en ti tiene aroma. Quiero
hablarte de la fragancia de tu ausencia...
Rozo quedamente mis labios con tus labios en
sinónimo de adiós. Cierras y abres los ojos. Das media vuelta y apresuras tu
paso huyendo de mis brazos. Evitas voltear, temeroso de convertirte en una
estatua de sal. Tu silueta delgada y alta se pierde entre una muchedumbre ahíta
que emana la sucia fetidez del sudor humano.
Cuando evoco los recuerdos de ti, un aroma
dulzón y de picor inusitado -como el olor de la orina estancada en los rincones
oscuros de las calles- me saquea el olfato. A veces, a eso huele tu ausencia: a
amoniaco y hollín. Sólo a veces, mientras me resigno a no encontrarte paseando
a través del asfalto ambulante, a no encontrarte sentado en algún auto
vagabundo, a no descubrirte perenne en mis memorias desteñidas.
Siempre llego a casa cansada, hambrienta e
impregnada de ti. Con tu olor a infinito y miel galopando el hipódromo de mis
manos, de mis senos, de mi lengua, de mi cuerpo entero. Me recuesto en un
colchón lleno de corpúsculos mugrientos cubiertos por mantas y sábanas
amarillentas; miro el techo inalcanzable, buscando un universo lleno de color,
de galaxias y estrellas que continúa perdido entre defectos y puntos de
concreto níveo. Cierro los ojos, con la nariz apuntando al cielo, pensando en
el aroma de tu ausencia, embriagándome con la fragancia de tu poesía escondida
en la vergüenza de tinta oscura y de versos que no quiero mostrarte. En mi
soledad, todo en ti huele a madera añeja y escritos cohibidos.
Despierto desnuda, con los cristales de la
habitación empañados por el frío extranjero y mojada por lágrimas adheridas a
mi rostro gélido, cubierta por el perfume de la ausencia donde no estás, ésa
que huele a tinta rosicler, tal como mis mejillas que insisten en teñirse
coloradas cuando mis ojos y tus ojos vuelven a converger.
Emocionada te miro, con una mirada que
destila un aroma a uva y jazmín. Atemorizada e insegura te recuesto en el
camastro roto que suspira polvoriento una fragancia a almizcle. Suave y
sensual. Un olor convertido en cortesana para la nariz de ambos. Mis labios
trémulos se acercan muy lento a tu rostro, buscando fusionarse con tu boca
tibia y húmeda, y es justo esa muerte instantánea lo que provoca que tu
ausencia desborde el olor a luz híbrida.
El calor de tu piel huele al mismo río fluido
donde te vienes y te vas. No puedo hablarte ya de la perspectiva que tiene mi
olfato sobre tu ausencia. Ya no. Apenas has llegado...
Zianya
Xochimeh