jueves, 22 de agosto de 2013

La compañía de tu conciencia

En cuanto llegó, se sentó en el sillón; ése que está frente al televisor. De los bolsillos de su saco, logró obtener su cigarrera y comenzó a fumar desesperadamente.  Tras su tercer cigarrillo en mano, fue en busca de una botella de tequila. Bebió a grandes tragos. Se dirigió a su recámara y recostó su cuerpo en el frío lecho compartido  hace tan solo unos días. Cerró los ojos, trató de dormir, pero no lo consiguió. Dio tres vueltas en la cama. No dejaba de pensar en lo mismo.
   Se miró en el  espejo, aún su piel tenía algunos rasguños y se podía observar a simple vista su labio inferior hinchado, adornado con una pequeña fisura. Una noche de copas bastó para empezar ese juego, esta farsa que lo llevaría a perder todo.
   Besó sin amor, tocó un cuerpo, lo acarició, lo hizo suyo sin sentir nada.
Su celular vibraba entre las cobijas, cinco llamadas perdidas de un número desconocido. Hizo caso omiso. Por su mente pasaban mil recuerdos, momentos que, quizá, jamás volvería a vivir: “la junta de trabajo se extendió”, una mentira más que Estela, su esposa, tuvo que creer. No sentía el menor remordimiento al mentir tan despiadadamente a quien se supone debía lealtad. Aún siente esas manos violentas recorriendo su cuerpo a la “hora de las juntas”.
Su secretaria guarda el secreto a voces, intenta cuidar su trabajo.
El reloj marca las 5:00 a.m. del día 29 de abril de 2012 y  junto a él no hay nadie.
 Hace diez días que Estela desapareció sin decir nada, sin dejar rastro alguno. Lo dejó en esa fría habitación  acompañado únicamente de su conciencia.
                                                                                                                                    Patricia Arango