martes, 20 de agosto de 2013

Un extraño más

Era un extraño más, llegaba a las instalaciones —tan añoradas— sin saber dónde mirar, pero observando todos lados. No recuerdo ni si quiera mi primer conocido, si le hablé yo o me llamó él, si tenía un nombre distinto al mío, si le gustaban las mismas cosas o si iba en el mismo turno, pero hubo un primer conocido, mi primer desconocido.
Era un extraño más en el aula de clases, el sujeto que se posaba frente a mí y el resto de extranjeros de alrededor, me resultaba ajeno y enigmático. Creí que pasaría desapercibido, igual que la persona con quien rolaba su lugar cada cincuenta minutos, un tedio, sin duda.
Me la pasaba aguardando la hora libre, insisto, era un extraño más echando una retita en la cancha llena de tierra, con un futuro que comenzaba a mancharse de polvo, igual que mis zapatos y sueños distraídos. Con una guitarra de caparazón, entonando una canción de Arturo Meza: “Era un extraño más —cantaba—, lejos del corazón de dios… de musas perdidas en el muladar”.
Inscribirme al taller de teatro o al de coro, ¿qué pasión seguir?, el gusto a la literatura dramática por un lado, el amor al canto del otro. No sé cómo me quedé en estudiantina. Recuerdo el salón: Afine una guitarra y toque, dijo el profesor. Acorde de La menor, rasgueo de balada rock, una canción de José Luis D.F. No es eso lo que tocamos aquí, yo levanté los hombros. De acuerdo, sentenció, está usted inscrito.
Entre música y amigos, se me estaba terminando el primer periodo. No fue tarde cuando descubrí la manera bestial en que mis calificaciones agonizaban, parecían condenarme de por vida. Calma, calma, decía, todavía no es tarde. ¡Oh no!, no lo era. Ignoro si fue el destino o mi disposición quien me llevó al quinto año con todas las materias exentas.
Era un extraño más en busca de pasiones. Descuidados, asomaban mis primeros versos. ¿Letras de canciones?, comenzaban a perder lo poético, mis acordes sonaban entre el blues y el bolero, en ocasiones les quedaban apretadas las melodías, no quería dejar de hacer música, pero tampoco deseaba estancarme. En la biblioteca, un libro de Rubén Darío me incitó a dar nueva estructura a mis ideas, me volví fanático al color azul. A veces era un rey burgués, en otros momentos un duque Job, pero continuaba siendo un extraño más.
Cuartetos, tercetos, redondillas, sonetos, acrósticos, acrónimos… En mi afán por hacer de todo, no creé nada. Me inscribí al concurso interpreparatoriano de aquel año. Me sorprende que domines el octosílabo, comentó mi asesor, pero la rima ya no se usa. Necio, cual no consigo dejar de ser, opté por inscribirme de todas formas. Me llegó el rumor de que al leerlo, cierto profesor había dicho con frialdad: Está bueno, pero este otro está mejor. De manera que mi redondilla no figuró en aquella prueba.
Consternado, no he de negarlo, cuestioné mis pobres versos sin piedad. No lo esperaba, pero el más tímido de ellos me respondió. Dijo que yo era quien los atrapaba en esas jaulas anticuadas que eran los moldes, me exigió libertad. Conmovido, quité el candado de su prisión, para recibir el sexto año con nuevas aspiraciones, y una profesora que dijo ante el grupo: Yo pienso que la literatura hay que vivirla.
Por otra parte, el retorno a clases significaba también el regreso al viejo taller de estudiantina, cuyo futuro no parecía tan prometedor, pues una figura se jubilaba, a su retiro crecía una sombra de polémica. Ante la partida de su igual de antiguo director, se corrió el rumor de la extinción de dicho grupo musical, ¿qué iba a ser de las almas que acudían a su salón, a dónde irían en busca de desahogo y regocijo? …un escándalo en algún noticiero, una charla con la directora general, una supuesta confusión… Está bien, se buscará un nuevo director de estudiantina.
De tarea, había quedado investigar sobre la prehistoria del país. Una curiosidad inminente me poseía al tener en mis manos una fotocopia, ante la cual, existía la previa advertencia de la profesora: No la lean, concédanme el privilegio de la duda. ¿De qué tratará?, sin más, la leí para descubrir un viejo cuento que exaltaba el pasado maya, no me resultó tan interesante como esperaba.
Cuando llegó la clase, ya estaba preparado para fingir que el texto era nuevo para mí. Les leeré la fotocopia, dijo la profesora, síganme con la vista. ¿Por qué no poner a leer a algún alumno?, pensé, yo lo haría muy bien. Luego lo descubrí. El grupo no estaba preparado para escuchar su voz que resonaba en cada rincón del aula, ni si quiera el escándalo perpetuo del pasillo se atrevió a perturbar su lectura, el ruido ajeno parecía sumarse a su palabra. El salón entero quedó estupefacto. El texto que no me había causado mayor impacto, adquiría ahora un sentido nuevo.
Más de una ocasión intenté acercarme a aquella profesora, las primeras impresiones que me brindó, habían bastado para causarme admiración. Siempre estaba rodeada de alumnos. Era un extraño más fascinado ante sus cualidades lectoras, encantado por su clase entusiasta. Ella, por su parte, compartía sus experiencias literarias con los jóvenes que le abordaban.
¡Ah!, era un extraño más, poeta de ningún lugar. Aguardaba la madrugada y en su obscuridad solitaria, trataba de encontrar nuevos temas para mis versos. Ya se ha escrito de todo, ¿qué resta por descubrir, en dónde hallar lo que no tiene principio, qué sucede con lo que no ha comenzado y comienza?, ¡queda tan poco que decir y tanto por cantar!
Está bien, me habían dicho, se buscará un nuevo director de estudiantina. El aula se reabrió. Soy su nuevo profesor, les quiero dejar algo bien claro: yo no soy su antiguo maestro ni planeo serlo, tengo mi propio estilo.
Filofobia: Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo al amor, a enamorarse o a estar enamorado. Las experiencias pasadas me habían dejado abatido. Quizás fue por eso, cuando crucé miradas con una muchacha de estudiantina, fingí no sentir nada. Simulé que no me cautivaban sus ojos, disimulaba al conversar con ella y fingía demencia cuando me comentaban que le gustaba. Enamorarse, ¿y qué pasaría luego, cuando no quede nada por ocurrir…?
Era un extraño más. Cierto día, un carismático profesor de historia, el ídolo de las masas, me dijo: Desde que te cerraron estudiantina, andas errando por todos lados. ¿Cómo fui a elegir área 3?, todos mis amigos estaban en el campo de las ciencias exactas, mi profesor de matemáticas decía que yo debía estar allí. Otros más comentaban que mi vocación estaba en las humanidades: Te arrepentirás del área 3. ¿Qué hacer con tanto tiempo disponible, a dónde ir si ya no queda sitio para volar en libertad?
Ya se abrió la convocatoria para los concursos interpreparatorianos, dijo la profesora de literatura, anímense a participar. Me sentí listo para enfrentarme de nuevo a tal reto, el año pasado, mi necedad me había relegado. En alguna carpeta de Mis Documentos, encontré un viejo cuento. Además, seleccioné varios de mis poemas para llevárselos a la profesora. ¿Y si los criticaba, y si los mutilaba, estaría dispuesto a aceptarlo total de ganar una prueba?
Nada de eso ocurrió, peor aún. Vamos a combinarlos. ¿Qué? Sí, fíjese cómo esta parte de aquí se ajusta con este otro poema. Es que ya estoy acostumbrado a que sean dos poemas diferentes. Usted fíjese qué bien se combinan:
Cuando no quede nada por ocurrir
y las nubes se hayan arrojado desde el suelo,
impactantes, impactadas,
y los sueños
se conviertan en un espejo
donde la realidad se mire con vanidad,
¿qué supones que harás conmigo,
qué piensas que haré yo?
Sé que el beso que se niega
debe ser robado,
pero ¿a dónde irá el misterio entonces?
irá vagando en labios curiosos
y mendigará asilo en las pulcras bocas,
pero las más ansiosas lenguas
—ávidas espadas recién desenvainadas—,
le arrojarán en un escupitajo.
¿Sabes tú lo que sucede
con lo que no ha comenzado
y comienza?
Con un ansia presurosa
he buscado en mis últimos ayeres,
me arden la mañana y los ojos
de tanto desear que la tarde no llegue.
¿Qué haré con la desdeñada tarde,
con todo lo que fraguaba
y con estos versos
que mi penuria inmoló por ti.
¿Sabes tú lo que sucede
con lo que no ha comenzado
y comienza?
Las miradas que no se cruzan
y los labios húmedos de deseo
que no se tocan
y las palabras quedas
que gritan pero no se dicen,
los anhelos que no pueden
hacerse realidad,
no mueren:
se vuelven amigos
del tiempo y la espera.
¿Sabes tú lo que pasa
con lo que no ha comenzado y comienza?
pues…
lo que no ha comenzado y comienza,
termina.
Usted confíe en mí y ya verá que podremos hacer maravillas. Además del poema, trabajamos el cuento. Por primera vez, experimentaba lo que es la verdadera crítica constructiva. Cuando llegué  a casa, me puse a corregir todos mis escritos, de la misma forma en que habíamos pulido los trabajos con los que concursaría.
Mi grupo no es el 658, tampoco el 661, ni el 657 y mucho menos el 651. Es una mezcla de los cuatro, mi propio grupo, construido en el momento en que me inscribí. Gracias a esto, mis horas libres pocas veces coincidían con las de mis compañeros de clase. En cambio, la persona que tenía disponibles las mismas horas era la misma muchacha de estudiantina de quien hablaba antes. Cuando me di cuenta, había pasado todo mi tiempo libre a su lado. Este poema me encantó, dijo la maestra cuando se lo mostré —o bien pudiera decir: “se lo presumí”—, así déjelo, no necesita ninguna corrección. Y eran los versos que había escrito pensando en aquella joven.
Estaba entusiasmado, la profesora que tanta admiración me causaba, estaba por abrir un nuevo taller para la creación literaria. La primera clase de este curso colateral, estuvo llena de personas que como yo, emergían como escritores. Cada uno de ellos, con una historia propia al lado de la profesora, que tanto apoyo nos estaba brindando, tanta dedicación al leer todos y cada uno de los escritos.
Recuerdo el medio día en el aula del taller. Una muchacha le había mandado sus poemas a la profesora, quien le pidió leerlos ante el grupo. Dos en particular. Cuando terminó, la maestra, Graciela Noyola, me miró confiada, segura más que de sí, de mí. ¿Qué le recomienda a su compañera? La rima, fue lo primero que dije, la rima ya no se usa. No me encontraba alardeando, estaba compartiendo un poco de lo aprendido en mi corta trayectoria de poeta, sí, nunca antes me había atrevido a llamarme de tal forma hasta ahora, con la profesora Noyola como sustento, quien me hizo sentir más cerca de la literatura que antes.
Profesora, Graciela, recuerdo todas las palabras que me ha dicho, las palabras de aliento para ayudarme a mejorar mi poesía. Dijo: Usted me eleva, pero de repente me baja de golpazo, ¡no pierda el ritmo!  Usted es buen poeta, pero no se engolosine, ¡exíjase! Hay que ser de mentalidad abierta, es la única forma de vivir en estabilidad. También recuerdo el día en que la encontré dando clase a un grupo, y al asomarme, se entusiasmó conmigo diciendo: ¡Gano, usted ganó en el concurso de poesía!
La alegría de ese triunfo aún prevalece, sin embargo, ya estoy buscando nuevas oportunidades. En esta búsqueda llevo su influencia como una marca de Caín. Me dijo un pajarito que usted siempre gana en los interpreparatorianos, cada año recibe un estudiante que, como yo, crece con su enseñanza. Le pido no me olvide. Yo soy el alumno que al leer, se acuerda del texto que usted recitó en la primera clase. Soy el muchacho que corregía sus escritos antes de mostrárselos, para que al verlos, no pudiera cambiarles nada y sin embargo, siempre dejaba pasar cualquier detalle, para que usted lo encontrara y así demostrase que todo es perfectible. Soy un extraño más, un punto muerto en medio de la hora, charro atrabancado, hombre imaginario, pájaro azul, altazor, músico de la murga, prisionero iluso de esta selva cotidiana, poeta de ningún lugar.
No sé cómo fui a terminar en área 3, no sé lo que habría pasado de haber optado por el área 1, o la 2. Estoy por decidir una carrera, pero sé que a donde quiera que me dirija, estaré marcado por la literatura, por su enseñanza.
                                                        
                                                                                       Atentamente
                                                                                                       Chrisü Job