Tú y yo,
que no es lo mismo que
nosotros,
dimos el último suspiro el
mismo día
que Julio Scherer.
La voz de un pueblo se apagó
(¿…?)
al mismo tiempo que esta
mentira.
Hay mentiras que valen la
pena (¿…?)
Pero quedó la semilla
de un mundo donde quepan
otros mundos,
donde quepamos tú y yo
y los raramuris que son más
que aretes,
y todos los Carlos y Carlos
y los tzotziles
y todas las Marianas y
Mariana
y los marginales,
y los rezagados de la
historia
y las mujeres, que siempre
han estado ahí,
pero nunca han sido
escuchadas,
y todas las Anas
y todas las yuyinas;
con toda la carga que
conlleva,
ésta, nuestra condición
humana
con todos sus aciertos
y contradicciones,
con toda la rabia y la
alegría.
Queda como siempre
la esperanza, con esa espera
que la hace tan odiosa.
La esperanza de que se puede
amar
vivir, crecer en armonía,
dignidad,
equidad.
Y nuestros actos,
absurdamente
contradictorios.
Ahí radica esta esperancita
que el mundo me da
que no sé dónde está
ni de dónde surge, pero se
siente.
Ana Beatriz Carranza Leyv