sábado, 21 de marzo de 2015

Argentum Avis

Era de noche. La mirada de él, esa mirada que no parecía de este mundo, congelaba todo aquello sobre lo que se posara.
Destellos azules recorrían la cabellera carmesí, los hombros, la espalda y la cintura de ella; gotas de diamante brotaban de su pecho desnudo y sus ojos brillaban celestes al fulgor del relámpago que hería las tinieblas. 
Ambos cayeron en vorágines de fuego para tenderse después, uno cara a la otra, cubiertos de un humor de vides frescas.
De pronto, un fiero pájaro de plata atraviesa el espacio que los separa y besa la garganta de ella. Una lluvia de diez mil rubíes baña las sábanas de lino. Un último beso queda grabado en sus labios y los tiñe de bermellón. Ella se desploma, mientras él, como una sombra, abandona el recinto dejando tras de sí la lluvia de rubíes y el eco silbante de un solitario pájaro de plata.


                                                                                                          Alfredo Gómez Cano