sábado, 21 de marzo de 2015

Desde mi ventana

Ocho de la mañana, se veía mucho movimiento en el vecindario. El señor Ramírez  apresuraba a su esposa para no llegar tarde al trabajo y los niños más pequeños eran jalados de la mano por su madre para que no se quedaran dormidos a mitad de camino a la escuela.
―Tengo algún tiempo de sobra ―pensé.
Era muy temprano y yo comenzaba mis clases a las once de la mañana. Así que continué observando por mi ventana a mis vecinos que cumplían su rutina como cada lunes.
Noté que la casa que llevaba ya algunos meses desocupada estaba siendo invadida por dos camiones de mudanza  y  una Jeep Grand Cherokee; era muy raro ver ese tipo de camionetas cerca del vecindario, pues no existían familias con dinero suficiente para un lujo así; concluí que era una joven pareja que buscaba únicamente un hogar temporal mientras encontraban algo mejor, pero me tragué mis palabras cuando  de esa camioneta vi bajar a una joven de entre 17  y 19 años de edad. Era verdaderamente hermosa, aproximadamente 1.63 m. de estatura, tez blanca, esbelta, y en su cabello  lucía un tono rubio cenizo muy hermoso. En el momento en que la vi, supe que sería ella la protagonista de todas las historias que mi cabeza generaría cada mañana.
 Era un hecho el deseo de conocerla, su belleza me tenía anonadado y tan fuera de la realidad que di un brinco cuando sonó el estruendoso tono de mi teléfono despertándome del sueño en el que esa esa chica me había dejado. Tomé el teléfono y  vi que  una amiga mía me estaba llamando, contesté y muy exaltada me dijo: “¡El trabajo!, ¡Carlos, olvidamos el trabajo!”; no comprendía a qué se refería, tal vez aún seguía en aquel trance; inmediatamente pregunté de qué hablaba,  a lo que ella respondió bastante molesta que reprobaríamos el año por aquel trabajo tan importante,
            ¡Pero cómo fui a olvidarlo!, Seguro esta vez todo está perdido, -pensé,  levanté mi teléfono, miré la hora  y  eran exactamente las diez de la mañana.  ¡Vaya!  Pero qué rápido ha transcurrido el tiempo  y yo  que no sentí pasar los minutos.
Actué como loco, me metí a bañar  e impuse un récord. Estuve bañado y listo para la escuela en tan solo veinte minutos, lo cual me pareció perfecto porque me quedaban treinta minutos más para hacer mi trabajo,  así que encendí mi computadora y comencé a investigar.
“Reacción exotérmica” - leí– “Se denomina reacción exotérmica a cualquier reacción química que desprenda energía, ya sea como luz o”… ¡Luz!... claro, luz, quizá eso era lo que la hacía ver tan hermosa esta mañana: la luz que impactaba en su rostro y que hacía brillar cada uno de sus dorados cabellos –pensé. Me percaté del tiempo que perdía, volví a mirar mi reloj y solo tenía cinco minutos. Copié y pegué cualquier cosa que al inicio me parecía importante para terminar en cinco minutos mi trabajo de dos semanas. Actué lo más rápido posible, imprimí y corrí a la escuela.
Se me volvió costumbre regresar a mi casa con urgencia de tomar lugar cerca de mi ventana y observar su sombra moverse a través de cada habitación. No  podía evitar inspeccionar de lejos a cada persona que iba a visitarla.
            Después de pasar algunos días observándola, descubrí que ella vendía  a las personas lo que podemos llamarle  “felicidad engrapada”; a diario y a todas horas veía  a jóvenes, señoras y señores que iban desde los 13 hasta los 70 años de edad, incluso los policías del barrio, Carrillo y Velázquez, la visitaban cada semana. Ella los recibía con esos gestos tan peculiares que poseía, esa enorme sonrisa y bellísima mirada; se mostraba encantada con su trabajo, pero no era  su única actividad: Cada tres noches, en un horario que  oscilaba entre las doce y las tres de la madrugada., llegaban a su puerta  dos camionetas enormes y muy lujosas de las que bajaban  dos  sujetos cuyo aspecto intimidaría a cualquiera.  Miraba por mi ventana tratando de descifrar el motivo de su visita, dirigía mis ojos a su puerta pues sabía que ella estaría ahí, cubierta apenas por una diminuta bata de satín, mostrando sus gestos más pícaros, esperando que aquellos tipos de aspecto intimidante, bajaran de sus enormes camionetas. Al principio me confundía un poco ese escenario hasta que comprendí que aquella casa se convertía en un “casino” donde ella era el “premio mayor” que cualquiera de aquellos dos podía poseer por esa noche.
            El tiempo transcurría y el interés por saber sobre esas actividades crecía, en poco tiempo logré aprenderme los horarios y la frecuencia con la que ocurrían.
Cada quince días aquellos mastodontes llegaban con un fin distinto, lo supe porque con ellos venía una  “visita especial”  que comúnmente venía cubierta de la cabeza y con las manos esposadas. Era algo estremecedor ver tal espectáculo, me parecía impactante notar la práctica que aquel grupillo tenía para que en un tiempo máximo de treinta segundos aquella visita se encontrara dentro de la casa. Poco podía notarse de cada acción que realizaban después en aquel lugar.
Tenía miles de imágenes en mi cabeza, me preguntaba qué pasaba, ¿habrá intentado huir?, ¿y si lo golpearon?, ¿seguirá vivo?,  por mucho que intentara saber que sucedía,  no lo lograba pues aquellas cortinas eran lo suficientemente gruesas para mostrar sombras después de determinada distancia.
Mis pensamientos me atormentaban y el miedo me consumía. No podía creerlo. ¿Y si pido ayuda? Sin hacer mucho ruido me acerqué a mi teléfono y comencé a marcar, tenía demasiadas ideas en mi cabeza; las dudas me invadían y el miedo me comía vivo, no estaba lidiando solo con unas cuantas personas que distribuyen hierba seca, esto era algo más serio y muchas vidas dependían de ello, pero ¿y mi familia?, ¿qué sucedería si descubrían quién los delato? No querrían dejar cabos sueltos, y mi familia podría pagar por ello.  Era un hecho, el miedo se había apoderado de mí; logré escuchar a la operadora decirme: “Señor, ¿cuál es su emergencia?”, y enseguida colgué. Me senté en la cama limpiándome las lágrimas y abrazando con fuerza mi almohada, intenté dormir pero me era imposible con tales imágenes en mi cabeza, no podía imaginarla realizando tales actos, con semejante cara de ángel.
Rara era la ocasión en la que me quedaba dormido algunos minutos, mi conciencia no me dejaba tranquilo y provocaba sueños tan aterradores que me despertaba exaltado.
Después de algunas horas  aquellos dos tipos salían de la casa con una bolsa negra, amorfa y aparentemente pesada, la que aventaban a la cajuela del auto rápidamente, como si de cascajo se tratara. No perdían tiempo en despedidas, subían a sus camionetas y desaparecían de ahí.
Pasaban unas horas antes de que ella abriera de nuevo sus ventanas y comenzara nuevamente sus actividades como si nada hubiese ocurrido esa noche, para mí era imposible creer que ella atentaría contra alguien, yo la creía inocente incluso cuando podía ver a través de mi ventana con cuanta facilidad podía seducir a los hombres  y obtener lo que ella quisiera.
El tiempo pasaba como siempre, sin esperar a nadie. Pero hubo una noche que jamás saldrá de mi  mente.
Aquella tarde habían pasado los oficiales Carrillo y Velázquez, como cada semana, por su mercancía, pero esta vez algo raro ocurría. Ella se veía molesta. Pude notar que muy alterada les dijo algunas palabras y les cerró la puerta en la cara. Los policías desaprobaron aquella reacción. Sin embargo, optaron por no “dar de que hablar”; uno de ellos se acercó al auto, tomó una hoja, escribió algo y la arrojó debajo de la puerta. Esa situación me tenía intrigado, mi curiosidad me obligó a no separarme de mi ventana. Pasaban las horas y creí que no habría sido algo de cuidado, pues no la había visto salir de su casa otra vez ni asomarse a su ventana. El sueño me venció y decidí meterme en la cama. Me disponía a levantarme cuando escuché el freno de un carro. De un salto regresé a mi puesto de vigilancia y noté que había llegado una camioneta.
Bajaron dos sujetos y de un golpe abrieron la puerta de la casa, entraron rápidamente, minutos después salieron cargados con la famosa bolsa negra, y más rápido que un suspiro desaparecieron a lo largo de la calle.
Después todo quedó en silencio.
En vano continué esperando en mi ventana. Nunca más volví a verla.
Aquella noche me di cuenta de que aquel ángel tenía un hermoso rostro, pero carecía de alas.
María Belén Muñoz López