sábado, 21 de marzo de 2015

La espera

Los primeros rayos de luz empezaban a teñir el cielo de rojo. El infinito esplendor del sol empezaba tocar las puntas de las montañas del este: La arena que colindaba con las grandes extensiones de llanura verde y salvaje encajaba a la perfección con el paisaje oceánico. Níveas nubes de todas las formas viajaban en conjunto y a su capricho en el aire. Todo era plenitud y tranquilidad.
El muchacho había estado despierto la mayor parte de la noche desde hacía varios días buscando a lo largo de toda la costa. Nada podía apaciguar su inquietud y su ansiedad. Era un espectador silencioso de todo ese cíclico ritual natural. Se despabiló y emprendió el camino de regreso al pueblo.
Llegó la noche y con ella una nueva esperanza de encontrar lo que buscaba. La luna irradiaba en el firmamento y las estrellas parpadeaban en el cielo La constante tarea y las pocas horas de descanso lo estaban afectando. Pasó el tiempo hasta que finalmente cedió a la insistencia corpórea del sueño y cayó al fin en la suave hierba que contrastaba con la rugosa arena, víctima del agotamiento y en medio de su soledad.
Despertó bruscamente. Volteó a su alrededor y gracias al brillo de la luna pudo ver a lo lejos una figura junto al mar. ¿Sería lo que buscaba? Se levantó y fue corriendo en esa dirección. Realmente estaba ahí. En su mente, los recuerdos de su primera visión llegaron a él de manera automática mientras avanzaba...
La primera vez que la había visto, había sido cuando caminaba en una de sus múltiples meditaciones crepusculares días atrás. La encontró sentada entre las rocas, su belleza capturó su atención desde el primer momento: Cabellos rojos como la sangre, piel más blanca aún que la nieve de las montañas, figura esbelta y delicada, facciones esculpidas en mármol. La hermosa dama no se percató de la presencia del joven o aparentó no darse cuenta, contemplaba en silencio el imponente océano.
El chico permaneció inmóvil, estaba impactado. Era increíble que existiera alguien de tal belleza. Su corazón palpitaba fuertemente y sentía hormigueos en el estómago. Un poderoso sentimiento que raras veces había sentido lo poseyó de un modo exorbitante. Se había enamorado perdidamente de la hermosa criatura. Su imagen lo había enganchado con tanta fuerza  que parecía increíble que algo así hubiese sucedido en cuestión de segundos. Había algo en su interior que pedía a gritos salir y manifestarse. ¿Quién era aquella mujer? Era todo un misterio.
            No es desconocido saber que el amor nos lleva a cometer actos de los que nos extrañaríamos de hacer en otras circunstancias. Fue esta fuerza lo que animó al muchacho a acercarse hacia la dama. Llegó a su lado y ella volteó. El joven no supo que decir, su mente estaba en blanco. La mujer de cabellos de fuego lo miraba, parecía que con su vista penetraba hasta en la parte más íntima de su alma. Finalmente el muchacho habló. Tenía deseo de saber quién era, pues nunca la había visto. Le contó todo lo que estaba sintiendo por ella, halagó en extremo su belleza. Le dijo que sentía como el amor se desbordaba al igual un río de la más estrepitosa forma. No iba a descansar hasta no tenerla. Quería entregarse a ella en cuerpo y alma; amarla hasta el final de todo, hacerla la mujer más feliz del mundo. Estaba profundamente enamorado y a la vez atormentado porque no sabía qué le diría ella.
 Era una jugada impredecible y estaba arriesgando todo. Aun así, cada palabra que daba aumentaba su determinación de amor. Cuando hubo terminado, la mujer se dirigió al joven de este modo:
 ―Podría decirte que soy lo que tu más grande y profundo deseo es. Te conozco y estoy dispuesta a corresponderte a cambio de algo  que solamente te pertenece a ti. ¿Estarías dispuesto a entregarte a mí en cuerpo y alma con tal de corresponderme? Escucha entonces lo que te voy a decir, joven, y haz lo que te digo, porque solo de esa manera verás realizado lo que anhelas. Tendrás que buscarme, esperar hasta que un día vuelva a aparecer y hablar conmigo sí todavía estás dispuesto a hacerlo. Mientras tanto regresa de donde viniste y descansa. No te preocupes por mí ahora. Haz todo lo que te pido tal cual es, esa es mi única condición para aceptarte. 
Demasiado embelesado estaba el muchacho como para pensar en lo que ella le había dicho. ¿Qué sería lo que la misteriosa dama le pediría que tuviera él? No lo sabía pero aceptó el trato feliz de saber que tendría una oportunidad de hacerla suya.  Se despidió de ella con esperanza de un nuevo encuentro  y se fue, tal y como ella se lo pidió, hacia su hogar.
El joven se ocupó de toda clase de actividades que frecuentan los enamorados los días posteriores: Le escribía cartas y poemas, imaginando que se las entregaba para hacerla cómplice de su amor. Suspiraba y todo el mundo era bello, pensaba en ella y se encendía una mecha en su pecho que recorría todo su cuerpo. Descuidó la pesca y la gente lo dio por perdido.  Todas las noches iba a la playa a buscarla.
¿Cuántos días habían transcurrido desde entonces? No lo recordaba. Su cuerpo esquelético y su fatiga lo habían afectado gradualmente. Se sentía débil y desesperanzado. Todo había cambiado ahora que la divisaba a lo lejos. Corría con una sonrisa en el rostro.  Al fin aparecía de nuevo, sentada. Tan blanca y tan pura.
―Veo que me has esperado cada noche como te lo hice prometer.-dijo la dama mirándolo a los ojos-. Es momento de que te pida aquello que solo a ti te pertenece.
La intriga ya no podía durar más tiempo. El muchacho claramente había sufrido la incertidumbre y ausencia de la dama. Entonces le preguntó y la misteriosa joven respondió:
              ―Quiero tu corazón. Me pertenece ya, pero lo deseo. Solo así me darás una prueba de amor irrefutable. Las palabras y las promesas se olvidan con el tiempo. Quiero tener la garantía de que así no será contigo. ―Así lo decía ella, mientras de su cintura sacó un puñal que reflejó la luz de la luna en el acto. Su hoja metálica resplandecía y su empuñadura estaba adornada con gemas y esmeraldas.
La mujer lo miró con esa mirada que helaba la sangre. Había esperado a que el joven se debilitara día tras día Sabía que él sucumbiría como todos hombres que le habían jurado amor eterno en incontables ocasiones. Ellos juraban y prometían cosas que no sabrían si podrían cumplir o no. La pasión es su mayor enemigo, Era una lástima, en verdad. Hacía mucho tiempo que ella había olvidado todo eso.
El joven contempló largo tiempo el arma mortal que habría de finalizar su encomienda. De pronto, había sentido cómo en su interior algo se rompía; lo perturbaba. Sentía miedo por lo que le había pedido la dama. Nada tenía sentido. La tristeza lo invadió porque se sentía traicionado  Ahora entendía todo, sabía quién era la dama. Las historias que contaban los pescadores de seres hermosos que venían del mar y que hechizaban y robaban los corazones eran ciertas después de todo. Había sido un tonto por no darse cuenta desde el inicio. Supo lo que le aguardaba. Estaba destrozado, el sueño había terminado.  Se sentía usado, traicionado.
El chico no vaciló, sabía lo que debía de hacer. Sonrió a la dama y tomó la empuñadura de la daga plateada. Levantó su brazo y en un arrebato de furia la hundió rápidamente en el pecho de la mujer. Se escuchó un inesperado grito de dolor en toda la playa. La dama cayó fulminada en la arena y no volvió a levantarse. La  daga se había teñido de rojo, la sangre emanaba de su corazón y se esparcía por todos lados. El joven se encogió, la tomó entre sus brazos y miró sus ojos opacos, clavados en él. Los cerró. Un par de lágrimas resbalaron por sus ojos y cayeron en el rostro de la dama. Tomó entonces el corazón desangrado y sus manos quedaron manchadas de sangre. Ahora estaba condenado como ella lo había estado. Empezaba a sentir cómo se transformaba.
Lentamente se puso de pie y caminó hacia el mar donde, al contacto con las olas, desapareció en una estela de bruma y espuma marina.        

Miguel Ángel López González