Los
primeros rayos de luz empezaban a teñir el cielo de rojo. El infinito esplendor
del sol empezaba tocar las puntas de las montañas del este: La arena que
colindaba con las grandes extensiones de llanura verde y salvaje encajaba a la
perfección con el paisaje oceánico. Níveas nubes de todas las formas viajaban
en conjunto y a su capricho en el aire. Todo era plenitud y tranquilidad.
El
muchacho había estado despierto la mayor parte de la noche desde hacía varios
días buscando a lo largo de toda la costa. Nada podía apaciguar su inquietud y
su ansiedad. Era un espectador silencioso de todo ese cíclico ritual natural.
Se despabiló y emprendió el camino de regreso al pueblo.
Llegó
la noche y con ella una nueva esperanza de encontrar lo que buscaba. La luna
irradiaba en el firmamento y las estrellas parpadeaban en el cielo La constante
tarea y las pocas horas de descanso lo estaban afectando. Pasó el tiempo hasta
que finalmente cedió a la insistencia corpórea del sueño y cayó al fin en la
suave hierba que contrastaba con la rugosa arena, víctima del agotamiento y en
medio de su soledad.
Despertó
bruscamente. Volteó a su alrededor y gracias al brillo de la luna pudo ver a lo
lejos una figura junto al mar. ¿Sería lo que buscaba? Se levantó y fue
corriendo en esa dirección. Realmente estaba ahí. En su mente, los recuerdos de
su primera visión llegaron a él de manera automática mientras avanzaba...
La
primera vez que la había visto, había sido cuando caminaba en una de sus
múltiples meditaciones crepusculares días atrás. La encontró sentada entre las
rocas, su belleza capturó su atención desde el primer momento: Cabellos rojos
como la sangre, piel más blanca aún que la nieve de las montañas, figura
esbelta y delicada, facciones esculpidas en mármol. La hermosa dama no se
percató de la presencia del joven o aparentó no darse cuenta, contemplaba en
silencio el imponente océano.
El
chico permaneció inmóvil, estaba impactado. Era increíble que existiera alguien
de tal belleza. Su corazón palpitaba fuertemente y sentía hormigueos en el
estómago. Un poderoso sentimiento que raras veces había sentido lo poseyó de un
modo exorbitante. Se había enamorado perdidamente de la hermosa criatura. Su
imagen lo había enganchado con tanta fuerza
que parecía increíble que algo así hubiese sucedido en cuestión de
segundos. Había algo en su interior que pedía a gritos salir y manifestarse.
¿Quién era aquella mujer? Era todo un misterio.
No
es desconocido saber que el amor nos lleva a cometer actos de los que nos
extrañaríamos de hacer en otras circunstancias. Fue esta fuerza lo que animó al
muchacho a acercarse hacia la dama. Llegó a su lado y ella volteó. El joven no
supo que decir, su mente estaba en blanco. La mujer de cabellos de fuego lo miraba,
parecía que con su vista penetraba hasta en la parte más íntima de su alma.
Finalmente el muchacho habló. Tenía deseo de saber quién era, pues nunca la
había visto. Le contó todo lo que estaba sintiendo por ella, halagó en extremo
su belleza. Le dijo que sentía como el amor se desbordaba al igual un río de la
más estrepitosa forma. No iba a descansar hasta no tenerla. Quería entregarse a
ella en cuerpo y alma; amarla hasta el final de todo, hacerla la mujer más
feliz del mundo. Estaba profundamente enamorado y a la vez atormentado porque
no sabía qué le diría ella.
Era una jugada impredecible y estaba
arriesgando todo. Aun así, cada palabra que daba aumentaba su determinación de
amor. Cuando hubo terminado, la mujer se dirigió al joven de este modo:
―Podría decirte que soy lo que tu más grande y
profundo deseo es. Te conozco y estoy dispuesta a corresponderte a cambio de
algo que solamente te pertenece a ti. ¿Estarías
dispuesto a entregarte a mí en cuerpo y alma con tal de corresponderme? Escucha
entonces lo que te voy a decir, joven, y haz lo que te digo, porque solo de esa
manera verás realizado lo que anhelas. Tendrás que buscarme, esperar hasta que
un día vuelva a aparecer y hablar conmigo sí todavía estás dispuesto a hacerlo.
Mientras tanto regresa de donde viniste y descansa. No te preocupes por mí
ahora. Haz todo lo que te pido tal cual es, esa es mi única condición para
aceptarte.
Demasiado embelesado estaba el muchacho como
para pensar en lo que ella le había dicho. ¿Qué sería lo que la misteriosa dama
le pediría que tuviera él? No lo sabía pero aceptó el trato feliz de saber que
tendría una oportunidad de hacerla suya.
Se despidió de ella con esperanza de un nuevo encuentro y se fue, tal y como ella se lo pidió, hacia
su hogar.
El joven
se ocupó de toda clase de actividades que frecuentan los enamorados los días
posteriores: Le escribía cartas y poemas, imaginando que se las entregaba para
hacerla cómplice de su amor. Suspiraba y todo el mundo era bello, pensaba en
ella y se encendía una mecha en su pecho que recorría todo su cuerpo. Descuidó
la pesca y la gente lo dio por perdido.
Todas las noches iba a la playa a buscarla.
¿Cuántos
días habían transcurrido desde entonces? No lo recordaba. Su cuerpo esquelético
y su fatiga lo habían afectado gradualmente. Se sentía débil y desesperanzado.
Todo había cambiado ahora que la divisaba a lo lejos. Corría con una sonrisa en
el rostro. Al fin aparecía de nuevo,
sentada. Tan blanca y tan pura.
―Veo
que me has esperado cada noche como te lo hice prometer.-dijo la dama mirándolo
a los ojos-. Es momento de que te pida aquello que solo a ti te pertenece.
La
intriga ya no podía durar más tiempo. El muchacho claramente había sufrido la
incertidumbre y ausencia de la dama. Entonces le preguntó y la misteriosa joven
respondió:
―Quiero tu corazón. Me pertenece
ya, pero lo deseo. Solo así me darás una prueba de amor irrefutable. Las
palabras y las promesas se olvidan con el tiempo. Quiero tener la garantía de
que así no será contigo. ―Así lo decía ella, mientras de su cintura sacó un
puñal que reflejó la luz de la luna en el acto. Su hoja metálica resplandecía y
su empuñadura estaba adornada con gemas y esmeraldas.
La
mujer lo miró con esa mirada que helaba la sangre. Había esperado a que el
joven se debilitara día tras día Sabía que él sucumbiría como todos hombres que
le habían jurado amor eterno en incontables ocasiones. Ellos juraban y
prometían cosas que no sabrían si podrían cumplir o no. La pasión es su mayor
enemigo, Era una lástima, en verdad. Hacía mucho tiempo que ella había olvidado
todo eso.
El
joven contempló largo tiempo el arma mortal que habría de finalizar su
encomienda. De pronto, había sentido cómo en su interior algo se rompía; lo
perturbaba. Sentía miedo por lo que le había pedido la dama. Nada tenía
sentido. La tristeza lo invadió porque se sentía traicionado Ahora entendía todo, sabía quién era la dama.
Las historias que contaban los pescadores de seres hermosos que venían del mar
y que hechizaban y robaban los corazones eran ciertas después de todo. Había
sido un tonto por no darse cuenta desde el inicio. Supo lo que le aguardaba.
Estaba destrozado, el sueño había terminado.
Se sentía usado, traicionado.
El
chico no vaciló, sabía lo que debía de hacer. Sonrió a la dama y tomó la
empuñadura de la daga plateada. Levantó su brazo y en un arrebato de furia la
hundió rápidamente en el pecho de la mujer. Se escuchó un inesperado grito de
dolor en toda la playa. La dama cayó fulminada en la arena y no volvió a levantarse.
La daga se había teñido de rojo, la
sangre emanaba de su corazón y se esparcía por todos lados. El joven se
encogió, la tomó entre sus brazos y miró sus ojos opacos, clavados en él. Los
cerró. Un par de lágrimas resbalaron por sus ojos y cayeron en el rostro de la
dama. Tomó entonces el corazón desangrado y sus manos quedaron manchadas de
sangre. Ahora estaba condenado como ella lo había estado. Empezaba a sentir
cómo se transformaba.
Lentamente
se puso de pie y caminó hacia el mar donde, al contacto con las olas,
desapareció en una estela de bruma y espuma marina.
Miguel Ángel López González