Puse “Pursuit of
Happiness” en la rockola, y regresé a mi asiento al lado de Pablo, mi amigo. Los
enormes vasos con refresco de cola y vainilla ya estaban en la mesa, al igual
que el par de hamburguesas con su respectiva porción de papas. Le dije a Pablo:
“¿No te encanta cuando regresas y la comida ya está servida?”, sólo para
remembrar la escena de Pulp Fiction. La cafetería estaba casi vacía.
Una pareja entró al local. La chica
rubia con mini falda y un suéter rosa; el otro, una boina y una barba bien
cuidada aunque un tanto escasa. Los seguimos con la mirada. Se sentaron justo
frente a nosotros, pidieron menú para compartir y empalagar el lugar con su
dulce amor. Pablo no quitaba la mirada de encima al chico. A través de sus
enormes lentes, los ojos azules de mi amigo estaban clavados en ese muchacho.
Mientras tanto, yo la estaba viendo.
Tan dulce, pero fría. Esas curvas… No pude impedir que mi lengua pasara por mis
labios. En un acto de descarado deseo, solo quería lanzarme sobre ella y
saborearla toda.
Pablo seguía
deslumbrado por aquel muchacho.
Yo, en cambio, aún
tenía el antojo de esa deliciosa copa de helado con todo y su cereza que la
pareja comía.
Enrique Guerrero Flores