sábado, 21 de marzo de 2015

Mandil largo, ¿para quién laboras?

(Inspirado en el cuadro “Break” (1881), del pintor austríaco Theodor Breitwiser)
                                                                                                                                                                                    
Niño, ¿dónde compraste el cigarro?  No fue en la tabacalera de la esquina. Tampoco fue un hurto a tu padre. No.
Ese cigarro que fumas es uno muy especial.
Quisiera preguntar por tu madre, tu padre y tus hermanos, pero has dejado de ser niño, hijo y hermano para convertirte en hombre. Un hombre pequeño de mirar adulto.
¿Ha sido aquel demonio bélico el que te ha desgarrado los sueños infantiles y los ha convertido en las impurezas de tu mandil?
¿Quién ha enturbiado la desnudez de tus plantas y deformado, a suelas, la raíz de tu camino?
Niño, ¿acaso no sabes que si fueses otro, no tendrías que usar camisas remendadas ni esos zapatos que agravian la pureza de tus pies?
Permíteme preguntar de nuevo.
Hombre, ¿dónde compraste el cigarro? ¿Es un hurto al dictador o es una victoria sobre el sudor y el cansancio?
Quisiera preguntar por tus padres, pero preguntaré mejor por tus dueños.
¿Fueron ellos los que transformaron la atmósfera de tus pensamientos en una gaseosa oscuridad?
Pequeño hombre, no me mires con triste ira.
El cigarro que fumas es muy especial: aminora la pesadumbre mientras va quemando el tiempo, y te hace olvidar momentáneamente el sabor penetrante de la guerra.
Dame tu mandil y despoja tu ser de toda prenda. Deja que el humo se disipe y aclare tus sentimientos. Inhala la sustancia del breve olvido. Respira profundo y con calma. No hay guerra. No hay hambre. No hay miedo.
Pequeño hombre, desnudo así, recuéstate sobre el suave pasto antes de que la sangre ensucie tu mandil. Respira, olvida, muere.

                                                                                

Daniela Rodríguez Márquez