(Inspirado
en el cuadro “Break” (1881), del pintor austríaco Theodor Breitwiser)
Niño, ¿dónde
compraste el cigarro? No fue en la
tabacalera de la esquina. Tampoco fue un hurto a tu padre. No.
Ese
cigarro que fumas es uno muy especial.
Quisiera
preguntar por tu madre, tu padre y tus hermanos, pero has dejado de ser niño,
hijo y hermano para convertirte en hombre. Un hombre pequeño de mirar adulto.
¿Ha
sido aquel demonio bélico el que te ha desgarrado los sueños infantiles y los
ha convertido en las impurezas de tu mandil?
¿Quién
ha enturbiado la desnudez de tus plantas y deformado, a suelas, la raíz de tu
camino?
Niño,
¿acaso no sabes que si fueses otro, no tendrías que usar camisas remendadas ni
esos zapatos que agravian la pureza de tus pies?
Permíteme
preguntar de nuevo.
Hombre,
¿dónde compraste el cigarro? ¿Es un hurto al dictador o es una victoria sobre
el sudor y el cansancio?
Quisiera
preguntar por tus padres, pero preguntaré mejor por tus dueños.
¿Fueron
ellos los que transformaron la atmósfera de tus pensamientos en una gaseosa
oscuridad?
Pequeño
hombre, no me mires con triste ira.
El
cigarro que fumas es muy especial: aminora la pesadumbre mientras va quemando
el tiempo, y te hace olvidar momentáneamente el sabor penetrante de la guerra.
Dame
tu mandil y despoja tu ser de toda prenda. Deja que el humo se disipe y aclare
tus sentimientos. Inhala la sustancia del breve olvido. Respira profundo y con
calma. No hay guerra. No hay hambre. No hay miedo.
Pequeño
hombre, desnudo así, recuéstate sobre el suave pasto antes de que la sangre
ensucie tu mandil. Respira, olvida, muere.
Daniela Rodríguez Márquez