sábado, 21 de marzo de 2015

Quédate ahí, Carlos

(Inspirado en el cuento “Un alma pura”   de Carlos Fuentes)
                                                                                                      
Carlos, no me ayudas nada. Yo quería olvidarla y sólo me hablas de ella. Comenzaste bien, me creí ajeno a tu charla, ¡vaya distracción! Que si Claudia le escribió a Juan Luis, que si Juan Luis le mandó cartas a Claudia, que si Juan Luis no le habló a Claudia de Claire… ¿En qué momento comenzaste a hablar de mí? Dijiste que conocí a Sandra por casualidad, ¿no es esa la forma en que se conocen todos? Ya no puedo escapar de ti, Carlos. Mírame, observa cómo prendo de nuevo el ordenador, le había pedido a Sandra que viniera a casa, así, con esta lluvia que pasó del naranja al morado y del morado al negro. Como no vino, ahora acudo a esta máquina traga noches para ver si no se ha ido. Es tarde, ya charlaremos mañana.
Tus palabras son las mías, Carlos, ¿cómo lo consigues? Es que temo llorar, dices, descomponerme o hacer algo ridículo y después soportar miradas y comentarios durante dieciséis horas… pero eso ya lo había escuchado, y créeme, yo también pensaré que fue un acto secreto, que Sandra y yo tenemos un secreto. Deja de repetirlo, ya sé que la conocí un once de enero, y le pedí a Valentina que fuera mi novia el quince del mismo mes. Sandra recuerda con exactitud la fecha de nuestra primera charla, Valentina la ha olvidado.
Valentina no sabe que soy un bobo hablando por teléfono, que no soporto la idea de charlar con un aparatito, de susurrar un te quiero a la bocina... Y sin embargo contesto, y le regreso la llamada para no gastar su crédito, y con penas acepto que cancele nuestros planes, con una secreta esperanza de que me engañe como yo quisiera hacerlo a veces, para encontrar un pretexto y acudir a Sandra, y saber que no hará falta pedirle me consuele, o que espere, no sé qué, pero que aguarde, tal vez que mis pensamientos se estabilicen, al menos que se aclaren, y decirle un te quiero al ordenador. Pero no es así, soy muy feliz junto a Valentina. No necesitas decirme, Carlos, que ese orden de todo lo exterior está exigiendo un desorden interno que lo compense.
Y dejó de llover, el negro se convirtió en cromo, por eso no vino Sandra. Ella deseaba empaparse, sentir escurrir por su piel todo lo viejo, renovarse. No sé si yo lo desee, ¿Sandra es una persona nueva o vieja para mí, y Valentina…? Carlos, ya no quiero escucharte, lamento cerrarte y abandonarte frente al televisor apagado, tampoco veré la película que anhelaba, no tiene caso si Sandra no viene. Dejaré la puerta abierta de todas formas, por si llega el reflejo de su mirada en la luz lunar, aunque la noche aproveche para penetrar la habitación y me haga dar mil vueltas sobre el colchón, buscando la posición perfecta para soñar, para pensar en Sandra, en Valentina, en todo lo que me dijiste, Carlos, y tratar de olvidar que yo puedo ser José Luis y Claudia y Claire al mismo tiempo. Quédate allí, Carlos, mañana seguiremos platicando.

Christian Uriel Jiménez Flores