(Inspirado en el cuento “Un alma pura” de Carlos Fuentes)
Carlos, no me ayudas nada. Yo quería olvidarla y sólo me
hablas de ella. Comenzaste bien, me creí ajeno a tu charla, ¡vaya distracción!
Que si Claudia le escribió a Juan Luis, que si Juan Luis le mandó cartas a
Claudia, que si Juan Luis no le habló a Claudia de Claire… ¿En qué momento
comenzaste a hablar de mí? Dijiste que conocí a Sandra por casualidad, ¿no es
esa la forma en que se conocen todos? Ya no puedo escapar de ti, Carlos.
Mírame, observa cómo prendo de nuevo el ordenador, le había pedido a Sandra que
viniera a casa, así, con esta lluvia que pasó del naranja al morado y del
morado al negro. Como no vino, ahora acudo a esta máquina traga noches para ver
si no se ha ido. Es tarde, ya charlaremos mañana.
Tus palabras son las mías, Carlos, ¿cómo
lo consigues? Es que temo llorar, dices,
descomponerme o hacer algo ridículo y después soportar miradas y comentarios
durante dieciséis horas… pero eso ya lo había escuchado, y créeme, yo
también pensaré que fue un acto secreto,
que Sandra y yo tenemos un secreto. Deja de repetirlo, ya sé que la conocí un
once de enero, y le pedí a Valentina que fuera mi novia el quince del mismo
mes. Sandra recuerda con exactitud la fecha de nuestra primera charla,
Valentina la ha olvidado.
Valentina no sabe que soy un bobo
hablando por teléfono, que no soporto la idea de charlar con un aparatito, de
susurrar un te quiero a la bocina... Y sin embargo contesto, y le regreso la
llamada para no gastar su crédito, y con penas acepto que cancele nuestros
planes, con una secreta esperanza de que me engañe como yo quisiera hacerlo a
veces, para encontrar un pretexto y acudir a Sandra, y saber que no hará falta
pedirle me consuele, o que espere, no sé qué, pero que aguarde, tal vez que mis
pensamientos se estabilicen, al menos que se aclaren, y decirle un te quiero al
ordenador. Pero no es así, soy muy feliz junto a Valentina. No necesitas
decirme, Carlos, que ese orden de todo lo
exterior está exigiendo un desorden interno que lo compense.
Y dejó de llover, el negro se convirtió
en cromo, por eso no vino Sandra. Ella deseaba empaparse, sentir escurrir por
su piel todo lo viejo, renovarse. No sé si yo lo desee, ¿Sandra es una persona
nueva o vieja para mí, y Valentina…? Carlos, ya no quiero escucharte, lamento
cerrarte y abandonarte frente al televisor apagado, tampoco veré la película
que anhelaba, no tiene caso si Sandra no viene. Dejaré la puerta abierta de
todas formas, por si llega el reflejo de su mirada en la luz lunar, aunque la
noche aproveche para penetrar la habitación y me haga dar mil vueltas sobre el
colchón, buscando la posición perfecta para soñar, para pensar en Sandra, en
Valentina, en todo lo que me dijiste, Carlos, y tratar de olvidar que yo puedo
ser José Luis y Claudia y Claire al mismo tiempo. Quédate allí, Carlos, mañana
seguiremos platicando.
Christian
Uriel Jiménez Flores