jueves, 22 de agosto de 2013

A qué huele tu ausencia

Todo en ti tiene aroma. Quiero hablarte de la fragancia de tu ausencia...
  Rozo quedamente mis labios con tus labios en sinónimo de adiós. Cierras y abres los ojos. Das media vuelta y apresuras tu paso huyendo de mis brazos. Evitas voltear, temeroso de convertirte en una estatua de sal. Tu silueta delgada y alta se pierde entre una muchedumbre ahíta que emana la sucia fetidez del sudor humano.
   Cuando evoco los recuerdos de ti, un aroma dulzón y de picor inusitado -como el olor de la orina estancada en los rincones oscuros de las calles- me saquea el olfato. A veces, a eso huele tu ausencia: a amoniaco y hollín. Sólo a veces, mientras me resigno a no encontrarte paseando a través del asfalto ambulante, a no encontrarte sentado en algún auto vagabundo, a no descubrirte perenne en mis memorias desteñidas.
   Siempre llego a casa cansada, hambrienta e impregnada de ti. Con tu olor a infinito y miel galopando el hipódromo de mis manos, de mis senos, de mi lengua, de mi cuerpo entero. Me recuesto en un colchón lleno de corpúsculos mugrientos cubiertos por mantas y sábanas amarillentas; miro el techo inalcanzable, buscando un universo lleno de color, de galaxias y estrellas que continúa perdido entre defectos y puntos de concreto níveo. Cierro los ojos, con la nariz apuntando al cielo, pensando en el aroma de tu ausencia, embriagándome con la fragancia de tu poesía escondida en la vergüenza de tinta oscura y de versos que no quiero mostrarte. En mi soledad, todo en ti huele a madera añeja y escritos cohibidos.
   Despierto desnuda, con los cristales de la habitación empañados por el frío extranjero y mojada por lágrimas adheridas a mi rostro gélido, cubierta por el perfume de la ausencia donde no estás, ésa que huele a tinta rosicler, tal como mis mejillas que insisten en teñirse coloradas cuando mis ojos y tus ojos vuelven a converger.
   Emocionada te miro, con una mirada que destila un aroma a uva y jazmín. Atemorizada e insegura te recuesto en el camastro roto que suspira polvoriento una fragancia a almizcle. Suave y sensual. Un olor convertido en cortesana para la nariz de ambos. Mis labios trémulos se acercan muy lento a tu rostro, buscando fusionarse con tu boca tibia y húmeda, y es justo esa muerte instantánea lo que provoca que tu ausencia desborde el olor a luz híbrida.
   El calor de tu piel huele al mismo río fluido donde te vienes y te vas. No puedo hablarte ya de la perspectiva que tiene mi olfato sobre tu ausencia. Ya no. Apenas has llegado...                                                                               

                                                                                                     Zianya Xochimeh