jueves, 22 de agosto de 2013

Agateofobia

El demonio más terrible de todos lo había poseído. La ansiedad quemaba los rastros de cobardía y vergüenza que antes lo absorbían. Su faz era una mezcla de placer y tensión.  Con ternura feroz complacía cada parte de su cuerpo. Se retorcía entre aires de goce cuando sonó la puerta.
  Lanzó reproches y se arrepintió por no silenciar el acto hasta que vio la imagen frente a él. Sabía que vendría. De la frustración pasó a la satisfacción. Sentado en el sofá, se dispuso a observar las curvas de su cabellera. Fue un instante largo, como la espera de su llegada. No había terminado de leer sus pecas cuando encontró sus brazos alrededor de sus caderas.
   No era la primera vez que un hombre se volvía loco por una mujer, no eran los únicos que se escondían bajo el manto de la Luna. Se perdió en su vientre y mares de alivio lo absorbieron. En el eco de sus gemidos seguía vibrante el fuego manipulador. Entonces el demonio lo traicionó y lo dejó a su suerte.
   Su corazón ahora lanzaba destellos de ternura, sintió que la amaba desde siempre. Sus labios  llenaban de frescura esos muslos que ardían, esos ojos claramente insatisfechos.
   Ella se marchó  sin explicación rechazando ese poema vivo que no anhelaba. Mientras, en el sosiego de la humillación, él sintió que el fuego penetraba su ser, se reavivaron las ganas de perder el aliento. Había regresado su amante cautiva. Se perdió en tornados de soledad y perturbación, tal y como su demonio personal, como Lujuria, se lo dictaba.


                                                                                                          Karla Choreño.